A veces, las palabras se presentan sin aviso. Se enredan en frases que descubren pasajes de la mente. Se desilusionan o enriquecen. Desnudan miedos, o le dan forma al futuro en proyectos que se hacen visibles al compartirlos con otros. Y así como vienen, de pronto ya no están. Sin la prisión de un lápiz y un papel a la mano, se desvanecen hacia otras bocas para ser dichas en otro orden, por otras voces gritadas, o susurradas. Inauguran significados siempre cambiantes. Impunes, ajenas a los sentidos que pudieran habernos revelados, se nos extrañan. Se hacen parte del olvido de lo cotidiano que no podemos retener. Eso es el vacío, es el porque no hay. Quizás, nuevas experiencias faltan. Quizás, el vacío, es porque hace falta un manantial del que broten palabras, frases, textos... cuentos, anécdotas... quizás...
¿Será una epifanía retorcida? A las palabras hay que hacerlas crecer, hay que nutrirlas sacudiendo lo cotidiano. Llenar el vacío viviendo, llenando el vacío de palabras.