6/4/08

Bogotá Cultura



Domingo soleado. Conseguí adeptos desprevenidos que se arriesgaran a disfrutar de una ciudad tomada. Como cada día de descanso semanal, la ciudad es acorralada por peatones y ciclistas, aunque también se salpica de atletas que desafían su resistencia inhalando el aire vacio de oxígeno de la meseta bogotana. A nosotros, inexpertos visitantes y habitantes del llano, nos cuesta lo mismo, pero caminando y sin brio.
La avenida principal, solo calle pues pierde sus autos hasta la tarde, y ese mismo fue el motivo para internarse es esa ciudad distinta, inédita.
Con el sol entre las pestañas, encontramos la Candelaria, paisaje que conocíamos, que ya había sido recorrido en una "sin conciencia desprevenida" de la que intentamos evadirnos.
Así, perseguimos los museos hasta alcanzarlos. Algunos habían ya visitado alguno, otro (como yo), ninguno.
La casa de la moneda, nos dio paso al siguiente museo. Allí, arte religioso en "Custodias" de cuatro kilos de oro. Gigantes Diamantes, Esmeraldas, Rubíes; engarzados con precisión, preservados en tesoros post-colombinos.

¿Cuál es la obra, cuál es? No pude evitarlo, la mirada también se posó en aquello que domino. La Arquitectura, el espacio del museo vale tanto como aquello de lo que es cobijo.

Infimos, apenas unos destellos del oro, de aquel que se llevaron, insignificantes miles de piezas exquisitas representadas en algunas pocas, no son ni un suspiro de lo que la conquista sustrajo de estos suelos oprimidos.
Otra vuelta más, y las galerías coloniales son las invitaciones a la colección Botero.
Gordos cuerpos de hombres, mujeres y bestias, juntos, mezclados y sueltos. No dan cuenta de otra cosa más que de la exuberancia que sorprende de este pueblo.

La calle otra vez, cruzándola apenas, otro rincón. En honor de “Gabo” un espacio de aire fresco. Arquitectura e imágenes con mezcla de muchos tiempos.
Un autor mexicano muestra instantáneas de su pueblo, modernidad, religión y costumbres en amalgamas de desconcierto.
El fin del paseo llega, como el fin en todo lo cierto. En la plaza un batir de alas por cientos por miles, y un tambor a lo lejos.
Es el cambio de guardia, que arrulla a la bandera, plegándola sutilmente al copás de clarines con son de metales viejos.

Es el fin del paseo, agotados pero felices, es el fin del paseo.




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